(o de cómo no morirnos despiertos siendo sólo presente)
Juan González Moras
Me es totalmente ajeno el interés por los movimientos literarios, las generaciones literarias o formaciones por el estilo. Y ahora un libro me pone en los márgenes de una idea generacional que me obliga a volver sobre muchas de mis obsesiones, de mis caprichosos y supuestos principios.
En realidad, y al contrario, me han interesado mucho, siempre, los lazos literarios armados a lo largo y ancho de la historia por escritores, por artistas, que, generalmente, desclasados, no tenían por qué seguir ningún derrotero fijado de antemano, ningún canon.
De ahí mis momentos de fascinación literaria: Carver y todos lo que vinieron con él, los beatniks, Pavese, Arlt, Lamborghini, Rivera, Fowil, y también Leonard y Auster y Shepard, Amis y Gustavo Raúl Aguirre y Juan Ortiz. Y Alejandra Pizarnik. Y el Van Gogh escritor, y mucha mucha música.
Todos se enlazaron, de maneras diversas y distintas, y en lugares y tiempos diferentes, a una tradición que (por todas esas divergencias) no les pertenecía. Inventaron una forma de expresar y comunicar un mundo propio a partir de tender puentes imaginarios y muchas veces absurdos.
Yo me siento, igual que ellos, hijo de nadie. Aunque sea hijo de todos ellos. En eso me siento totalmente “adentro” de la antología (la primera vez que estoy en una antología). Somos libres, pero justamente por el hecho de no tener padres. O mejor, por el ostensible hecho de la fractura cultural producida en los 70.
Cuando leí las introducciones al libro, pero fundamentalmente cuando escuchaba a Julián el jueves 4 de noviembre de 2010, en la presentación del libro, volví de manera inevitable a los noventa. Volví a las interminables discusiones que durante aquellos años sostuvimos en el seno del grupo la grieta. ¿Qué discutimos? ¿Sobre qué construimos un ideario y un discurso? Sobre algunas premisas, tópicos y consignas, que son éstos: la derrota; olvidar los 70; el páramo; el minimalismo; los sin tierra pero también los sin techo; el interior; la nausea; las reescrituras.
Pusimos la poesía en el lugar de la música y viceversa. Con Gabriela Pesclevi y con Fernando Alfón, Fabiana Di Luca, Peonía Veloz, y tantos otros amigos músicos, artistas plásticos y bailarinas, montamos varios de los que llamamos “recitales de poesía”. Entonación de poemas con músicas compuestas para la ocasión y objetos y danza y otros despliegues del lenguaje. Y la política. La búsqueda y premisa mayor de cada cosa que encaramos.
Fugaces apariciones (no hicimos más que una serie de presentaciones de cada uno) que en realidad condensaban, en cada caso, el trabajo colectivo de un año entero.
Está claro (para mí, ahora) que el trabajo era para nosotros y por nosotros. Aunque fuera el lugar, también, para poner en movimiento, en acción, a la propia revista La Grieta. La forma de que sus escritos e imágenes cobraran otra dimensión.
Eso fue para mí, para nosotros, la poesía en los 90. Otra cosa, pero planteada sobre las mismas consignas, interrogantes, orfandades y deseos. A punto tal que nosotros (todos veinteañeros por entonces) terminamos ligándonos personal y literariamente con una generación que parecía totalmente lejana, pero con la que pudimos compartir plenamente esos deseos, interrogantes, orfandades: Edgardo Vigo, Leónidas Lamborghini, Andrés Rivera, Juan José Manauta, Ramón Ayala.
La poesía de los 90 que ahora estamos guillotinando se condensa y se proyecta en realidad en los 2000. Es decir, cuando los 90 terminaban y entraban en perspectiva, cuando la debacle tomó cuerpo, cuando la mayoría corrió a esconderse y a intentar lavar sus culpas en la alianza.
Ahí aparecen con fuerza y significado varias cosas de las que ahora hablamos. Ese grupo literario y cinéfilo que se abriga bajo las mantas de un autoproclamado minimalismo u objetivismo. Literal al grado de ser tan redundante como el título de la peli “historias mínimas”.
El minimalismo, si es que existió como movimiento (lo cual dudo profundamente), nunca se jactó de ello. En realidad, es una de las tantas consecuencias de varias derrotas y frustraciones. Aquella de los grandes discursos. De las filosofías de la modernidad. El minimalismo es una forma de expresión que se nutre de recursos escasos, de fragmentos. De las esquirlas que dejó la implosión del discurso de progreso mejor articulado de la historia de occidente: el sueño americano.
Nuestro interés por el minimalismo (en los primeros 90, no ahora) es, quizá, el interés que despierta la narración despojada de eufemismos de la derrota del sueño progresista. Es no otra cosa que un espejo en el cual los jóvenes hijos de los 70 podíamos reconocernos.
Aunque al final de los 90 lo que quedara del minimalismo “nuestro” sea lo que muestran las revistas de decoración. La revista living es la que más y mejor ha mostrado “nuestro” minimalismo.
Nuestro minimalismo habitará, efectivamente, formas de expresión y comunicación no de escasos recursos sino, en muchos casos, de pobres recursos. De “únicos” recursos tomados, cristalizados, serializados hasta el cansancio. Dispuestos para demarcar un espacio de hibridez y complacencia cultural y política difíciles de soportar. En la literatura y el cine. En la música surgida y encumbrada en ese mismo momento: el rock chabón. Hay, desde ya, algunas cosas. Pero pocas me ligan realmente a lo que ha quedado establecido como la poesía de los 90.
Tengo en claro, finalmente, que aquel lugar de juventud en el cual pude desarrollar estas pocas ideas y sentimientos hoy ya no está. Quizá –especialmente- porque nosotros ya no estemos en ese lugar. Porque nos desplazamos.
Tengo claro, también, que es necesaria esta nueva experiencia: la de juntarnos tantos poetas con la sola y única misión de compartir nuestras formas de expresión, nacidas bajo la misma falta de techo, de casa. Algo que no pudo hacerse en los tan nombrados 90, pero tampoco en los 2000.
Con la misma necesidad de reivindicarnos libres de toda tradición y a la vez reclamar y ocupar el lugar de las tradiciones que nos fueron arrebatadas.
Con la necesidad de ponernos, a la fuerza y por prepotencia de trabajo, en la historia. Para no morirnos despiertos siendo sólo presente.
Gracias Julián y Juan por la oportunidad, por el empeño y dedicación, por la desmedida generosidad de la convocatoria.