Juan González Moras
Escribo unas pocas cosas sobre el encuentro con Dylan, solo porque me apremian ciertas imágenes y sonidos. Ciertas sensaciones –quizá- no vividas anteriormente. Porque si algo fue o resultó para mí ir a su recital en Buenos Aires fue eso, un encuentro. Toparse con algo (que es todavía más que alguien) inclasificable, denso e increiblemente luminoso (todo a la vez).
Lo primera cosa que me ronda desde que caminaba entre la gente saliendo del estadio, es que tocó y cantó una sola canción que duró dos horas o un poco más. Eso fue, ni más ni menos, el recital. Una parada brava que propone un tipo grande, viejo, y que nos deja en una encrucijada.
Una canción que cuenta una historia que ni siquiera llegamos a entender en palabras, pero que resulta muy clara en los gestos, los modos, los tonos, los colores usados.
Una canción que sube y que baja, que se electrifica y adopta los modos más básicos del rock, del country & western, o que se hace balada, canción, boogie. O blues. Pero que es una canción que cuenta siempre una urgencia, incluso en el modo más lento y suave que pueda adoptar.
Una canción que es siempre, entonces, parte de un relato más grande. Que pretende abarcar o abrazar una larga historia, a partir de historias más pequeñas.
La segunda: en esa propuesta no hay lugar para artilugios. Para el show o el espectáculo. La música es el centro y lo gana todo. Sonido impecable para una banda que maneja los tiempos, pero fundamentalmente, los volúmenes y las tensiones, con maestría, en torno al maestro.
Una banda que puede susurrar o levantar polvareda. Pero que se reune, en todos los casos y durante todo el recorrido, en torno al maestro, puesto esta vez a tocar, durante casi todo el recital, el órgano.
La tercera y última: esa voz. No soy un verdadero conocedor de todos los Dylan que dicen –eso sí lo he leído mucho- han existido. Pero en el cuerpo de esa persona vieja y elegante entra una voz que realmente no hubiera imaginado. Menos aún, luego de escuchar modern times, de hace tan poco tiempo y donde suena con mucho de ese fraseo pero alguna octava más arriba.
La voz es o sigue siendo, increiblemente, la gran apuesta de quien nunca fue reconocido como un gran cantante. Y, evidentemente, lo que dice esa voz sonando –rugiendo casi- de esa manera.
Esa voz está puesta ahí, porque en ningún momento se nos da a pensar que Dylan, ese Dylan, ya no puede cantar aquello que cantaba. Porque, en realidad, ese Dylan cantó a toda voz durante más de dos horas.
El tema es que cantó, canta, ahora, de esa manera. Corto, con frases como látigos, casi sin melodías o modulaciones (o mejor, sólo apelando a la melodía en algunos momentos magistrales). Diciendo. Tantas cosas.
La manera que encuentra, ahora, de seguir en el camino (su camino) sin conceder nada a nadie. Y mucho menos a la nostalgia, a cualquier tipo de revisionismo. Una manera de seguir creyendo que esa canción puede y debe seguir siendo escrita y cantada.
Delito y ostentación ¿Por qué vestirse de chorro para salir a robar?
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*Por Esteban Rodríguez Alzueta**
En las últimas décadas la cultura delincuente –profesional y adulta– que
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Hace 11 meses
4 comentarios:
Ojalá que ahora, querido, empieces a imitar a Dylan cuando cantas en lugar de imitar los llanticos de fito paez, anaranjada tempestad de la garganta, volvé a escribir poesía o matá a tu fito, querido, es hora de buscar tu propio estilo.
Tu música no está mal.
Un abrazo. Soy tu amigo.
la música está cada vez mejor. no tengo ningún problema ni complejo con paez.
y a mis amigos los conozco por el nombre.
saludos.
no te enojes, estaba exagerando un poco.
Vos conoces mi nombre: me llamo cristopo.
Yo fui a pescar con vos una vez a los canillitas, o mejor dicho fuimos a "no pescar" ya que no sacamos nada. Habia viento y patos. Tambien vino Facundo.
ok
cuánto misterio crispoto.
lo de la pesca quizá lo recuerdo. pero no estoy seguro.
saludos.
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