jueves, 27 de marzo de 2008

En el camino (encuentro con Dylan)

Juan González Moras

Escribo unas pocas cosas sobre el encuentro con Dylan, solo porque me apremian ciertas imágenes y sonidos. Ciertas sensaciones –quizá- no vividas anteriormente. Porque si algo fue o resultó para mí ir a su recital en Buenos Aires fue eso, un encuentro. Toparse con algo (que es todavía más que alguien) inclasificable, denso e increiblemente luminoso (todo a la vez).

Lo primera cosa que me ronda desde que caminaba entre la gente saliendo del estadio, es que tocó y cantó una sola canción que duró dos horas o un poco más. Eso fue, ni más ni menos, el recital. Una parada brava que propone un tipo grande, viejo, y que nos deja en una encrucijada.

Una canción que cuenta una historia que ni siquiera llegamos a entender en palabras, pero que resulta muy clara en los gestos, los modos, los tonos, los colores usados.

Una canción que sube y que baja, que se electrifica y adopta los modos más básicos del rock, del country & western, o que se hace balada, canción, boogie. O blues. Pero que es una canción que cuenta siempre una urgencia, incluso en el modo más lento y suave que pueda adoptar.

Una canción que es siempre, entonces, parte de un relato más grande. Que pretende abarcar o abrazar una larga historia, a partir de historias más pequeñas.

La segunda: en esa propuesta no hay lugar para artilugios. Para el show o el espectáculo. La música es el centro y lo gana todo. Sonido impecable para una banda que maneja los tiempos, pero fundamentalmente, los volúmenes y las tensiones, con maestría, en torno al maestro.

Una banda que puede susurrar o levantar polvareda. Pero que se reune, en todos los casos y durante todo el recorrido, en torno al maestro, puesto esta vez a tocar, durante casi todo el recital, el órgano.

La tercera y última: esa voz. No soy un verdadero conocedor de todos los Dylan que dicen –eso sí lo he leído mucho- han existido. Pero en el cuerpo de esa persona vieja y elegante entra una voz que realmente no hubiera imaginado. Menos aún, luego de escuchar modern times, de hace tan poco tiempo y donde suena con mucho de ese fraseo pero alguna octava más arriba.

La voz es o sigue siendo, increiblemente, la gran apuesta de quien nunca fue reconocido como un gran cantante. Y, evidentemente, lo que dice esa voz sonando –rugiendo casi- de esa manera.

Esa voz está puesta ahí, porque en ningún momento se nos da a pensar que Dylan, ese Dylan, ya no puede cantar aquello que cantaba. Porque, en realidad, ese Dylan cantó a toda voz durante más de dos horas.

El tema es que cantó, canta, ahora, de esa manera. Corto, con frases como látigos, casi sin melodías o modulaciones (o mejor, sólo apelando a la melodía en algunos momentos magistrales). Diciendo. Tantas cosas.

La manera que encuentra, ahora, de seguir en el camino (su camino) sin conceder nada a nadie. Y mucho menos a la nostalgia, a cualquier tipo de revisionismo. Una manera de seguir creyendo que esa canción puede y debe seguir siendo escrita y cantada.

4 comentarios:

cristopo dijo...

Ojalá que ahora, querido, empieces a imitar a Dylan cuando cantas en lugar de imitar los llanticos de fito paez, anaranjada tempestad de la garganta, volvé a escribir poesía o matá a tu fito, querido, es hora de buscar tu propio estilo.
Tu música no está mal.
Un abrazo. Soy tu amigo.

Juan M. González Moras dijo...

la música está cada vez mejor. no tengo ningún problema ni complejo con paez.
y a mis amigos los conozco por el nombre.
saludos.

cristopo dijo...

no te enojes, estaba exagerando un poco.
Vos conoces mi nombre: me llamo cristopo.
Yo fui a pescar con vos una vez a los canillitas, o mejor dicho fuimos a "no pescar" ya que no sacamos nada. Habia viento y patos. Tambien vino Facundo.

Juan M. González Moras dijo...

ok
cuánto misterio crispoto.
lo de la pesca quizá lo recuerdo. pero no estoy seguro.
saludos.